Humanidad

Rara vez escribo sobre experiencias puntuales de mi vida laboral, quizás esta es la primera vez, pero es que no podía dejarlo pasar. Hacer lo que hago me da un bagaje de experiencias diarias que se prestan hasta para escribir un libro, pero no tengo aún la disciplina para esto haha −ríe mientras yace en el sofá−, porque cada día, aunque muy similar, es SIEMPRE diferente. Las caras que ves, los destinos, las emociones, la sensibilidad.

Recientemente, si soy más específica: en mi último vuelo, veníamos de regreso de una jornada laboral que nos mantuvo 5 días fuera de nuestra base. Italia, ese fue el punto de partida de nuestro último sector. Gente genuina, linda, con energía que podía sentir y casi que abrazar.

Como prestadora de servicio, el servicio ha sido precisamente mi vocación siempre. Lo considero el pilar de mi motivación y si bien en el camino he aprendido que es mucho más difícil de lo esperado en áreas del Turismo o la Hospitalidad, en el mundo de la Aviación no ha dejado de serlo, pero sigo aprendiendo.

Recuerdo como si fuera ayer que, cuando comencé a estudiar en el Hotel Escuela escribí una autobiografía que me condujo, sin yo querer queriendo, a tener una sinapsis de mi pequeña redacción basada principalmente en cómo la vocación por el servicio era lo que me movía o me motivaba a escoger una carrera, que, en ese momento, me era tan cuestionada por mis personas más cercanas. Siempre me dijeron:

“Hayren, ¿cómo vas a desperdiciar tu promedio? ¡Estudia medicina!”

“¿Y si estudias Contaduría Pública?”

“Ok y si estudias Turismo, ¿por qué no estudias Administración en Turismo?”

No tengo duda que estos comentarios venían desde el cuidado, desde el amor quizás, desde el interés por mi bienestar en el futuro venidero, desde el escepticismo de lograr mucho con una carrera que no es bandera en cuestión de generar cierta cantidad de números al año. Pero no, extrañamente sin tener el carácter necesario ni la certeza de que estaba tomando la decisión correcta, no trastabillé, no me dejé influenciar, no me dejé persuadir… y hasta el momento de hoy no tengo ningún arrepentimiento sobre ello. Aunque, ahora que me leo, quizás lo que tenía era carácter que jode para saber que eso era lo que quería realmente en ese momento.

Quizás “el servicio” a los demás en ocasiones se puede percibir como una muestra de inferioridad ante los ojos del mundo en que vivimos hoy. Pero no, para mí, servir a alguien más no supone subestimar mis capacidades, ni mucho menos es un sinónimo de debilidad. Para mí es lo contrario, para mí es una muestra genuina y super prístina de la solidaridad del ser, es encontrar satisfacción en el bienestar del prójimo, es una oportunidad para ser símbolo de humanidad… a quien lo hace desde lo que supone genuinamente servir. Y siempre ha sido así. Por eso estoy aquí y por eso me zafé tan hábilmente y con ahínco de todos los prejuicios cuando con 15 o 16 años, pensaba lo que quería hacer para vivir.

Porque si bien trillada, cito a la Madre Teresa de Calcuta:

“El que no vive para servir, no sirve para vivir”

Y no, el servir no tiene que ser precisamente lo que yo hago o lo que mi colega hace. Servir puede ser mostrar bondad a tu vecino, al desconocido, al que pasa por un momento duro pero circunstancial. Servir siempre puede ser usar la empatía como herramienta o puente para ponerse en los zapatos del otro y ser preguntado lo que nos hace falta: un ¿cómo estás?, ¿puedo ser de ayuda para ti?… y no, no los que vienen de constructos sociales vacíos que a veces hasta da pereza seguir, me refiero a los reales que son casi palpables y dibujan la sinceridad en cada letra esbozada.

Puedo querer parecer la jeva más altruista de la ciudad, del continente, del mundo, pero no es así. Solo estoy conmovida por cómo un acto tan pequeño, pero de valor inconmensurable se ha vuelto tan escaso en estos días que cuando ocurre, parece como si de verdad hubiera una escasez y una sequía de ellos, casi que afectados por el mismísimo calentamiento global.


Mi más reciente experiencia fue preguntarle a un pasajero cómo estaba, que si estaba bien y que si le podía ayudar con algo más. Su respuesta a esto, si bien no inmediata, fue que, al volver, un poco nervioso me dijera lo siguiente:

“Siempre me la paso viajando por el mundo por temas laborales y por la distancia extraño profundamente a mi familia, a veces desearía poder estar más con ellos. Quería agradecerte por acercarte y preguntarme cómo estoy, mucha gente no lo hace. Gracias por tu humanidad”

Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y no era solo él sino yo también conmovida por la humanidad de su ser.

Dar por sentado las realidades de los demás puede ser de las tareas más facilísimas del mundo, pero creo que ante ello ser una persona amable y genuina es una bonita respuesta a cualquier realidad. Muchos lo valorarán, muchos no. Cargar con la liviandad del corazón es algo que yo quiero elegir a diario.

Al día de hoy estoy más que segura que no quiero servir de por vida como profesión, pero sé con toda la certidumbre que quiero servirme en manada, bandadas, en cardumen, de muestras de servicio por mi prójimo que siente tanto como yo. Nosotros, humanos llenos de humanidad.

Una muestra de interés, una pregunta, una sonrisa… quiero ser siempre puente de humanidad.  

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